domingo, 25 de enero de 2009

El orden social sin duda puede mejorarse con la psicología social


En 1969, en la Universidad de Stanford (EEUU), el Profesor Phillip Zimbardo realizó un muy interesante experimento en psicología social, en psicología del comportamiento. Dejó dos autos abandonados en la calle, dos autos idénticos, misma marca, e incluso mismo modelo y color. Uno lo dejó en el Bronx, por entonces una zona pobre y conflictiva de la ciudad de Nueva York, y el otro lo ubicó en Palo Alto, una zona rica y muy tranquila de California. Véase la situación planteada: Dos autos idénticos abandonados, dos barrios con poblaciones muy diferentes, y un equipo de especialistas en psicología social estudiando las conductas de la gente en cada sitio.

Resultó entonces que el auto abandonado en el Bronx comenzó a ser depredado en pocas horas. Perdió las llantas, el motor, los espejos, el radio, los instrumentos, etcétera, etcétera. Todo lo aprovechable se lo llevaron de ese auto, y lo que no era aprovechable lo destruyeron, por simple gusto, por vandalismo, por mero deseo destructor, por llano salvajismo. Por el contrario, el auto abandonado en Palo Alto se mantuvo intacto en ese mismo período de tiempo; nadie se interesó en él, nadie intentó robarle algo, nadie ni siquiera le pegó una patada a una de sus partes.

Es común atribuir a la pobreza las causas de los delitos… a la pobreza, y también a una educación chapucera y descuidada, a la influencia perniciosa de las malas compañías y de los malos ejemplos, etcétera… Atribuciones por cierto en la que generalmente coinciden los especialistas, y también las posiciones ideológicas más conservadoras y ortodoxas (de derecha y también de izquierda o de centro). Sin embargo, el experimento en cuestión no finalizó ahí, no finalizó en lo hasta aquí relatado, pues cuando el auto abandonado en el Bronx estaba ya deshecho y el de Palo Alto llevaba ya una semana impecable e intacto, los investigadores rompieron un vidrio en el automóvil situado en California.

El resultado observado acto seguido fue algo inesperado y desconcertante, ya que en Palo Alto se desató entonces un proceso predatorio similar al antes constatado en el Bronx de Nueva York, y el robo, y la violencia, y el vandalismo, pronto redujeron el vehículo a un estado similar que al del auto abandonado en el barrio pobre.

¿Por qué un simple vidrio roto en el auto dejado en un vecindario supuestamente seguro y con vecinos respetables y pudientes, es capaz de disparar todo un proceso delictivo? ¿Por qué un vidrio roto pudo ser un factor diferencial y desequilibrante? ¿Cuáles pueden ser las interpretaciones que razonablemente fundamenten el comportamiento humano en el contexto de los hechos antes expuestos?

Evidentemente y en lo profundo, las conductas humanas no se condicionan únicamente por la situación de pobreza y de carencia que eventualmente se pueda padecer. La causa recóndita y subterránea del comportamiento social hay que buscarlo por otro lado, hay que complementarlo por otro lado. Y evidentemente tiene que ser algo ligado con la psicología humana, y con las relaciones sociales, y con la situación de entorno. Muy posiblemente un vidrio roto en un auto que en apariencia era poco usado, transmite una idea de deterioro, de abandono, de desinterés, de despreocupación, de falta de supervisión, lo que va rompiendo códigos de convivencia y transmitiendo mensaje de ausencia de ley, de ausencia de normas, de ausencia de reglas, en resumen, transmitiendo la idea del vale todo. Cada nuevo pequeño ataque que sufría el auto en Palo Alto, reafirmaba y multiplicaba la idea recién indicada, hasta que en un determinado momento, la escalada de actos cada vez peores se volvió incontenible, desembocando en una violencia irracional, en una depredación apresurada y sin límites, en una desesperación por llegar a la fiesta antes de que ella acabara.

En experimentos posteriores, los especialistas James Q. Wilson y George Kelling desarrollaron la “teoría de las ventanas rotas”, la que desde un punto de vista criminológico permite concluir que el delito es mucho mayor en las zonas donde el descuido, la suciedad, el desorden, el maltrato, la impunidad, la no supervisión, y el no apego a reglas, son ellos también mayores y evidentes. Con la aparente falta de interés en resolver un problema, y/o con la notoria falta de medios de control, y/o con la aparente falta de sanción a los trasgresores, se crean las condiciones ideales para pensar en el vale todo, y los seres humanos abandonamos entonces nuestra urbanidad para al menos por un rato adherirnos al salvajismo.

Si se rompe un vidrio de una ventana en un edificio y nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás vidrios. Si una comunidad exhibe signos de deterioro y esto parece no importarle a nadie y/o resulta evidente que no hay medios para revertir esta situación, entonces allí se generará el delito y la trasgresión y la arbitrariedad. Si se cometen pequeñas faltas, como por ejemplo estacionarse en lugar prohibido, exceder el límite de velocidad al conducir un automóvil, o pasarse una luz roja, y si esas faltas no son mayoritariamente sancionadas, entonces comenzarán faltas mayores, y luego delitos cada vez más graves, pues se pierden las referencias, pues no se saben ubicar los límites, pues hay entonces inseguridad para saber qué es lo bueno y qué es lo malo, para saber qué está socialmente permitido y qué está socialmente prohibido, para saber hasta dónde se puede llegar sin recibir sanción o condena o reprimenda.

Si los parques y otros espacios públicos deteriorados son progresivamente abandonados por la mayoría de la gente (que deja de allí concurrir por temor a las patotas, o por temor a presiones, a injurias, a situaciones incómodas y enojosas), y si de una u otra forma esos lugares son también abandonados por las propias instituciones estatales que aparentan ser omisas o que aparentan no tener medios, indudablemente el descuido y la suciedad y la arbitrariedad allí van ganando terreno, y finalmente todo es allí ocupado por los delincuentes y los mal vivientes y los marginados.

En un sentido positivo, la “teoría de las ventanas rotas” fue aplicada por primera vez a mediados de la década de los años ochenta en el tren metropolitano de la ciudad de Nueva York, el cual de hecho se había convertido en el punto más peligroso de la ciudad. Allí se comenzó por combatir las pequeñas transgresiones: (a) graffitis que deterioraban y ensuciaban el lugar, (b) descuido general de las estaciones (falta de pintura, cosas rotas o que no funcionaban), (c) poca puntualidad o irregularidades en los servicios, (d) ebriedad permitida entre los usuarios, (e) evasiones del pago del pasaje, (f) pequeños robos y desórdenes, etcétera, etcétera, etcétera. Al así actuar, los resultados poco a poco entonces se hicieron evidentes. Comenzando por lo pequeño, finalmente se logró hacer del citado medio de transporte un lugar seguro, cómodo, y limpio.

Posteriormente y ya en 1994, Rudolph Giuliani, el entonces alcalde de la ciudad de Nueva York, basado en la ya mencionada “teoría de las ventanas rotas” y en la experiencia exitosa en el tren metropolitano, impulsó una política de “tolerancia cero”. La estrategia consistía en crear comunidades limpias y ordenadas, no permitiendo transgresiones a la ley y a las normas de convivencia urbana.

¿Y el resultado práctico? Enorme abatimiento de todos los índices criminales de la ciudad de Nueva York. Cierto, la expresión “tolerancia cero” suena a una especie de solución autoritaria y represiva, pero su concepto principal es más bien la prevención de las ilegalidades, así como la promoción de convenientes condiciones sociales generales.

No se trata de linchar a los delincuentes, ni de promover la prepotencia policial, ni de provocar una reacción policial exagerada frente a los delitos. Y de hecho, respeto de los abusos de autoridad y en concordancia con la idea que aquí se plantea, por cierto también puede y debe aplicarse en el ámbito policial el concepto de “tolerancia cero”. De lo que se trata por tanto, es de tener nula tolerancia frente al delito y a la trasgresión en sí mismos, y no tanto plantear agresividad extrema e intolerancia extrema frente al delincuente y frente al trasgresor y frente al policía que se excede en sus atribuciones.

La idea central es la de crear comunidades limpias, ordenadas, sin excesos ni violencias, respetuosas de la ley y de los códigos básicos de convivencia, lo que por cierto hoy día lamentablemente es algo difícil de encontrar, especialmente en las grandes ciudades.

Ahora bien: ¿La “teoría de las ventanas rotas” puede ser aplicada también a la propuesta de la sociedad telemática promovida e impulsada por el Centro de Estudios Joan Bardina, y promovida también desde este mismo espacio documentario, y promovida también desde los espacios web de la serie Digimundo?

Por cierto que sí. Hay que derrumbar la idea que el crimen paga. Hay que derrumbar la idea de que se puede transgredir sin ser sancionado, y sin siquiera recibir un castigo moral o reprobación moral por parte del entorno social. Hay que derrumbar la visión de que el vecino es infractor sin que nada le pase. Hay que erradicar la idea de que se puede llegar a generar un perjuicio a algo o a alguien, al vecino, al Estado, a la naturaleza, al cliente desprevenido, sin por ello recibir sanción, sin por ello al menos tener que pagar una multa. Hay que de hecho erradicar la posibilidad (y por desgracia amarga realidad) que existan abogados corruptos que en lugar de defender a su cliente se dejan corromper por el abogado de la contraparte. ¿Pero cómo llegar a hacer esto en forma generalizada, y de una forma que sea factible de implementar?

Véase que casi todo directa o indirectamente está vinculado con el dinero, y por lo tanto, se intuye con facilidad que no hay mejor solución para encausar las graves problemáticas sociales a las que hoy día nos enfrentamos, que promover el uso generalizado del dinero telemático, que promover el uso generalizado de la moneda responsable y telemática, pues ello tarde o temprano va a transmitir la idea que un delito o que un simple engaño, a la corta o a la larga podrá ser descubierto, simplemente desenrollando el ovillo, simplemente navegando hacia delante y hacia atrás en las cadenas de pago.

El dinero responsable y telemático puede ayudar muy mucho a hacer más ordenado y más transparente nuestro universo de intercambios, nuestro universo de transacciones, y aún nuestras relaciones con el entorno natural y con el entorno social, y en consecuencia, y en virtud de ese logrado mejor ordenamiento, es dable esperar un comportamiento humano más racional, más limpio, más moral, más ajustado a las normas y a la ética, e incluso hasta más solidario.

Y ya para terminar esta nota, analicemos por un momento la cuestión planteada en torno a la sociedad telemática con un poco más de detalle. Indudablemente el dinero telemático requerirá bastante tiempo en ser implementado en forma generalizada. ¿Será que para obtener claros beneficios tendremos que esperar a tener una sociedad telemática completa y madura, o también podrán cosecharse ventajas en las instancias iniciales y preparatorias?

Desde mi personal punto de vista, implementando inteligentemente acciones preparatorias para una futura sociedad telemática, y para un futuro uso generalizado de la moneda telemática responsable, también pueden surgir ventajas y beneficios para nada despreciables.

La introducción de dinero telemático nominativo e informativo en un determinado y amplio sector, por ejemplo el pago de salarios, indudablemente introducirá orden y racionalidad en ese sector específico, y eso ya es algo, y eso ya es importante en sí mismo. Si luego parte de esos recursos dinerarios pueden ser convertidos en el tradicional dinero anónimo y no informativo, bueno, se pierden allí posibilidades, pero un primer paso ya está dado, pero la meta de la sociedad telemática integral ya está un poco más cercana.

Reflexionemos en todo esto… No perdamos el tren una vez más… Reflexionemos en los asuntos planteados en cuanto cuerpo social, o desde la perspectiva de un común, desde la perspectiva de lo que generalmente se denomina ciudadano de a pie, o ciudadano común y corriente… Como cuerpo elector pidamos a los políticos que con sus asesores y sus técnicos analicen en profundidad las propuestas de Agustí Chalaux de Subirà… Y para reforzar y mejor impulsar esta sugerencia, y para reforzar y mejor impulsar el tipo de reflexiones aquí planteado, construyamos un “movimiento de los comunes”, al menos para entre nosotros intercambiar ideas al respecto, y para con nuestro propio accionar así también intentar interesar a los medios masivos de comunicación social…

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